Ya no sólo se trata de controlar el estrés y la armonía interior: cada vez más personas organizan vía Internet meditaciones colectivas, seguras de que así será posible reducir los niveles de violencia planetaria.
Como un revival sesentista atravesado por la globalización, decenas de miles de personas se sincronizan vía Internet para meditar. El target excede el control del estrés y la meca de la armonía interior. Es definitivamente más ambicioso: contribuir a instalar paz en el mundo. Nada menos.
Una creciente conciencia de caos planetario gatilla este renacimiento de la espiritualidad, que en Occidente aparece como una reivindicación de filosofías y prácticas originadas en Oriente, en donde acumulan miles de años.
La tendencia no es estrictamente nueva. Uno de los pioneros en el estudio de los efectos individuales y sociales de la meditación es el doctor David Orme-Johnson, autor de multiplicidad de artículos, investigador de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos y profesor durante años de la Maharishi University of Management, fundada por Maharishi Mahesh Yogui, un religioso hindú creador del movimiento Meditación Trascendental.
En diálogo con LNR, David Orme-Johnson asegura que la meditación trascendental ha demostrado ser eficaz para reducir la violencia social, al conducir a la mente desde sus niveles de pensamiento activo al nivel silencioso de conciencia pura. “Cuando suficientes personas lo practican, crean cohesión, disipan las dificultades y estimulan la cooperación”, dice, y cuantifica: “Las investigaciones han demostrado que si el 1% de la población se involucra en esta práctica, se reducen los índices de criminalidad”.
En su prédica, Maharishi enfatizaba que la paz individual es la unidad elemental de la paz mundial, y lo expresaba a través de una analogía: ¿Puede existir un bosque verde sin árboles verdes? Del mismo modo, no podemos tener un mundo pacífico sin individuos pacíficos.
Numerosas son las investigaciones que abonaron esta hipótesis, que se conoce como efecto Maharishi. David Lifar, presidente de la Fundación Indra Devi, lo explica como la acción que ejerce, al meditar, un número mínimo de integrantes de una comunidad, para alcanzar “el despertar de la conciencia de la humanidad que nos permita transitar por un mundo en donde la luz, la paz y el amor prevalezcan sobre el odio, la violencia y la oscuridad”.
LAS CIFRAS CANTAN
Los efectos de la meditación en su vertiente individual ya no generan controversias insalvables en el léxico médico. Basta un simple recorrido por las publicaciones científicas más reconocidas para encontrar abundantes estudios que equipos de investigación de universidades y centros médicos convencionales de todo el mundo hicieron para rastrear la eficacia de esta práctica sobre el estrés y su catarata de daños psiconeuroendocrinológicos, la reducción del dolor o el control de la hipertensión arterial o la depresión.
La discusión, hoy, se proyecta al terreno social. Uno de los estudios más renombrados se concretó en Washington en 1993 y fue publicado en la revista Social Indicators Research. Entre el 7 de junio y el 30 de julio del año pasado, alrededor de 4000 meditadores se reunieron a meditar mientras científicos monitoreaban los partes diarios de violencia. Según los autores, ésta se redujo un 23% durante la última semana del concreción del proyecto.
La metodología empleada en la elaboración de estos índices recibió críticas, pero las experiencias se multiplicaron, bajo las consignas de pacificación planetaria impulsadas por las corrientes actuales, que sostienen que la mente tiene capacidad para irradiar su energía y modificar la realidad.
Global Intention es una de las nuevas organizaciones internacionales involucradas en este movimiento. Comenzaron con experimentos sencillos, como dirigir la energía de un grupo de meditadores a las plantas de un vivero y medir ciertos marcadores biológicos que dieran cuenta de la recepción energética.
Más ambicioso fue el proyecto encarado el año pasado, cuando meditadores de 65 países concentraron su energía pacificadora sobre una franja territorial desconocida para la mayoría: Sri Lanka, cuya guerra civil, que arrastraba años de dolor, lo convertía en uno de los focos de tensión y muerte más conflictivos del mundo. Tras una semana de meditación intencional en la que participaron meditadores de 65 países, el nivel de criminalidad se redujo un 74%, según figura en un documento de la organización.
Pero lo más curioso de esta experiencia fue un efecto inesperado: el 44% de los participantes confesó cambios en sus relaciones interpersonales, especialmente la que involucraba a personas extrañas. “La experiencia de trabajar junto con miles de personas desconocidas estimuló la apertura y la capacidad de establecer mejores relaciones con otros a quienes no se había visto jamás”, define la organización en el mismo informe que sintetiza la experiencia.
IRRADIACIONES PACÍFICAS
¿Cómo se explican los cambios que, al parecer, producen las meditaciones colectivas en los vínculos y en el entorno? “Al meditar producimos vibraciones que se irradian: si alguien medita en su casa, esta se convierte en un sitio pacífico, si un grupo de gente medita en un lugar público, multiplica esa paz. Si una sola persona irradia paz, no es mucho lo que puede hacer frente a la negatividad que hay en el mundo, pero si muchas personas lo hacen en conjunto pueden cambiar la atmósfera y lograr un cambio de conciencia”, opina Swami Parantej, instructor, en Bangalore, India, de la fundación El Arte de Vivir, durante su visita a Buenos Aires para participar de la versión local de América Medita, un encuentro por la paz que reunió en simultáneo a distintas ciudades del país y del continente.
“Hablamos mucho de la violencia y en general la abordamos desde la queja, los paros, las marchas o las manifestaciones. Nuestra propuesta es hacerlo desde el silencio”, dice Juan Mora y Araujo, vicepresidente de El Arte de Vivir en Argentina. Y agrega: “Vivimos en un mundo de opuestos. Existe la paz y existe la violencia. Es erróneo suponer que uno de esos opuestos va a desaparecer. Lo que sí podemos hacer es trabajar para que uno de los polos se fortalezca”.
“Estamos dando nuestros primeros pasos en Occidente en este movimiento del despertar de la conciencia. La meditación grupal es una forma moderna, pacífica y ecológica de pedir por un cambio”, concluye David Lifar. Y alerta: “No nos quedemos en la puerta de entrada, hagámoslo carne en nuestra vida real, cotidiana, en cada pensamiento, palabra y acción. Cada individuo que se dice meditador debe ser coherente con lo que pregona: es más fácil estar sentado unos cuantos minutos “en silencio” que ser una buena persona. La paz es una construcción social que exige esfuerzo.
Por Tesy De Biase
revista@lanacion.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario