Las clases de esta práctica milenaria ganan espacios en distintos puntos y suman seguidores de todas las edades.
Mientras en Estados Unidos el gobierno de Obama impulsa por estos días la práctica del yoga en los colegios y la medicina admite que muchos trastornos de ansiedad y desórdenes gástricos son consecuencia del ritmo de vida contemporáneo, en La Plata se percibe un revival, una suerte de vuelta al misticismo con fines tal vez más pragmáticos que filosóficos: ya nadie quiere cambiar el mundo como en los años sesenta -cuando el yoga experimentó su primer boom-, sino calmar los nervios del presente y, relajación mediante, encontrar en la espiritualidad su propio eje.
El ashtanga yoga, el praná o la meditación trascendental son algunos de los ingredientes que llegan desde Oriente con la idea de sufrir menos y disfrutar más, y que empiezan a instalarse en la Ciudad no sólo en centros especializados sino también en clubes de barrio, centros caseros o sociedades de fomento donde, se apunta, el número de asistentes es cada vez mayor.
“Es mucha la gente que se acerca con la necesidad de conectarse con uno mismo”, asegura Gustavo Fernández, instructor del centro platense Sahaja Yoga y quien advierte un crecimiento en el número de asistentes luego de la inundación del 2 de abril pasado. “Actualmente tenemos unas cincuenta personas en clase -dice Fernández-, pero si contamos todos los que pasaron por el centro en los últimos meses son muchísimos más”.
Una experiencia similar es la que transmite Claudia Fila, una diseñadora en comunicación visual que, a sus 55 años, no duda en asegurar que descubrir el yoga hace ya unos quince años le cambió la vida para siempre. A las obligaciones laborales diarias las alterna con el tiempo que, de manera voluntaria y sin cobrar un peso, le ofrece a la sede local de El Arte de Vivir, donde cada curso gratuito suma a unas cuarenta personas y donde ella colabora como instructora en un clima ganado por el aroma a esencias naturales y una música suave y de letanía que ayuda e invita a la meditación.
“El estrés es una pandemia en el mundo y no es raro que cada vez más gente busque en el yoga y en la meditación una forma de vivir mejor, en armonía”, dice Fila, para quien las enseñanzas que imparte “responden a una filosofía de vida que se traduce no sólo en las posturas físicas, sino también en una forma de pensar y entender el mundo”.
A modo de apuntes sobre los beneficios del yoga, quienes lo practican aseguran que aumenta la resistencia frente al estrés y la tensión de la vida cotidiana. Devuelve la flexibilidad a la columna, mejora la movilidad en las articulaciones, la densidad ósea y alarga la vida útil de los músculos. Pero también que ayuda a prevenir enfermedades degenerativas de tipo neurológico ya que se estimulan los centros nerviosos.
“El yoga es la unión del ser espiritual con todo lo que lo rodea”, resume Fernández, para quien, de todos modos, “está bien que haya personas que lo tomen sólo como una rutina física. Hay que entender que es una práctica que regula el equilibrio entre el cuerpo, la mente y las emociones, para conservar y restablecer la salud”.
Con cada clase, se cuenta, las personas logran a través de la relajación y la respiración calmar el ritmo cardíaco, la mente y las emociones.
“El yoga permite mejorar el estado de ánimo y elevar la autoestima, dejando de lado los niveles de depresión, miedo y ansiedad. La persona que practica yoga es una persona que irradia luz y armonía hacia su entorno”, asegura Claudia, quien no duda en asegurar que el perfil de los concurrentes es cada día más variado y abarca desde nenes chiquitos hasta adultos mayores. “Para los chicos es muy bueno -dice-, incluso en la India, donde por supuesto la práctica está mucho más difundida, a los nenes se les inculca desde bebés las posturas de relajación”.
Para Fernández, sin embargo, si bien el perfil del público que asiste a las clases es cada día un poco más heterogéneo, “las personas que mantienen la regularidad siguen siendo en su gran mayoría mujeres. Los varones vienen, consultan, participan y se van siempre muy contentos, pero les cuesta incorporar esta práctica a su rutina cotidiana. En ellos, me parece, es más fuerte la necesidad de una búsqueda espiritual que la tenacidad por ser constante con ella”.
Diario El Día