Akbar y Birbal, antiguo cuento de la India

Un día, Akbar y Bírbal fueron a la selva a cazar. Al disparar la escopeta, Akbar se hirió el pulgar y gritó de dolor. Bilbar le vendó el dedo y le endilgó el consuelo de sus reflexiones filosóficas: "Majestad nunca sabemos qué es bueno o malo para nosotros". Al emperador no le sentó bien el consejo, se puso hecho una furia y arrojo al visir al fondo de un pozo abandonado.
Continuó después caminando solo por el bosque, y en esto un grupo de salvajes le salió al encuentro en plena selva, lo rodearon, lo hicieron cautivo y lo llevaron a su jefe. La tribu se preparaba para ofrecer un sacrificio humano, y Akbar era la víctima que su Dios les había enviado. El hechicero oficial de la tribu lo examinó en detalle, ya que la víctima no debía de tener defecto físico alguno.
Akbar cayó entonces en la cuenta de que Birbal había tenido toda la razón, le entró remordimiento, volvió corriendo al pozo e el que lo había echado, lo sacó y le pidió perdón por el daño que tan injustamente le había causado. Birbal contestó; "Majestad, no tiene por qué pedirme perdón, ya que no se ha causado ningún daño. Al contrario, su majestad me ha hecho un gran favor, me ha salvado la vida. Si no me hubiera arrojado a este pozo, hubiera continuado yo a su lado, y esos salvajes me hubieran sacrificado. Como ve su majestad, nunca sabemos si algo a de ser bueno o malo para nosotros.



La mirada pura de los niños

Un video educativo que muestra la diferencia de actitud entre hijos y sus padres frente a una niña discapacitada.


 

Sabiduría Zen



1. Haz una cosa cada vez. Es parte de la vida de un monje Zen, sólo una tarea, nada de multitareas. Un proverbio Zen dice “cuando camines, camina. Cuando comas, come.”

2. Lo que hagas, hazlo pausadamente y con un propósito. Tus acciones deberán ser razonadas y realizadas con pausa, así ganarás en concentración.

3. Hazlo de forma plena. Centra tu mente en la tarea y complétala antes de pasar a la siguiente. Si algo queda inacabado, aparta la tarea completamente. Si preparas un bocadillo, no lo comas hasta que hayas recogido y limpiado todo lo que utilizaste para prepararlo.

4. Haz menos. Un monje Zen no tiene una vida perezosa. Se levanta pronto y trabaja durante todo el día, pero no genera una lista de tareas sin acabar. Realice las tareas que realice serán esas y ninguna más. Menos tareas significan más atención en ellas y poder realizarlas plenamente. Muchas tareas programadas hará que saltemos de una a otra rápidamente sin pensar y sin concentrarnos en ellas.

5. Espacia las tareas. Disponer de tiempo entre tareas te ayudará a concentrarte en ellas y te facilitará completarlas. Una programación relajada ayudará a finalizar tareas que se alarguen disponiendo del tiempo necesario para finalizarlas.

6. Desarrolla rituales. Los monjes Zen tienen sus propios rituales para las tareas que realizan, desde comer, limpiar o meditar. Eso les ayuda a darles la máxima atención y a que sean realizadas, con pausa, correctamente. No tienes que seguir ningún ritual, crea tus propios para cada tarea que realices.

7. Asigna tiempo para ciertas tareas. Hay tareas diarias que requieren un horario específico. Determina el tiempo para el aseo, para trabajar, para limpiar o para comer. Esto asegura que las tareas sean realizadas regularmente. Si para ti una tarea tiene la importancia suficiente para realizarse con regularidad, asígnale el tiempo necesario.

8. Dedica tiempo a sentarte. Una parte fundamental de la vida del monje Zen es la meditación sentada (Zazen). Esto requiere designar un tiempo simplemente para sentarse. La meditación es práctica y ayuda a encontrase con uno mismo, pero no hay por qué realizarla sólo cuando estés sentado. Hacer ejercicio puede ser una buena práctica para centrarse en uno mismo, cualquier actividad te pude ayudar a encontrarte.

9. Sonríe y ayuda a los demás. Los monjes Zen dedican parte de su día al servicio a los demás. Esto enseña humildad y aleja el egoísmo de sus vidas que se orientan al servicio. Dentro de la familia o fuera, puedes dedicar ese tiempo a los demás. De igual forma sonreír y ser amable con todo el mundo ayuda a mejorar la vida de los que te rodean.

10. Haz que limpiar o cocinar sean parte de la meditación. Además de la meditación Zazen, limpiar y cocinar son partes importantes del día de un monje Zen. Pueden resultar enriquecedoras al realizarlas cada día como práctica del auto-conocimiento. Si para ti son aburridas, intenta hacerlas parte de la meditación, concéntrate en ellas, hazlas pausada y plenamente, y tu día cambiará plenamente (y tu casa estará más limpia).

11. Piensa qué es necesario. Hay muy poco en la vida de un monje Zen que no sea necesario. En su armario no hay prendas exclusivas, ni muchos zapatos, nada de instrumentos tecnológicos, coches o comida basura (su dieta es vegetariana). No es necesario vivir como un monje Zen pero nos tiene que servir para recordar que hay muchas cosas en la vida que no son necesarias, y es interesante pensar qué necesitamos realmente en nuestra vida y que cosas son innecesarias.

12. Vive de forma sencilla. Es el resultado de la regla 11, si no es necesario, puedes vivir sin ello. Libérate de aquello que no sea necesario o esencial. Para cada uno, esto será diferente: la familia, la lectura, el ejercicio o los amigos, pueden ser algo esencial en tu vida. Decide qué es lo más importante para ti y hazle hueco en tu vida eliminando lo que no sea esencial.

Antiguo poema Sufi



Un lugar donde llevarte flores, por Carolina Arenes

Mi madre siempre dijo que el día que muera no quiere coronas ni ninguna otra clase de ornamentos. Hace poco, a esa restricción de puro sentido común (a qué ponerse a gastar plata en cosas tan efímeras) sumó una indicación de otra índole: no quiere entierro, prefiere que la cremen. No podría asegurar qué nos fue llevando a esos temas tan sombríos. Ella está perfecta de salud y en general tiene un talante muy alegre, pero lo cierto es que cada tanto vuelve a la carga con su pedido. Y yo con el mío: no quiero que la cremen.

Se lo he explicado muchas veces. Cada vez que pienso en mi padre (y eso es todos los días desde hace poco más de un año), lamento tener que enfrentarme con la idea de su muerte, con su ya no estar más en el mundo, de una manera tan brutalmente literal. Para eso están las metáforas, estoy segura, no para embellecer el lenguaje, sino para que el lenguaje nos ofrezca coartadas, consuelo.

Se lo digo a mi madre. Quiero poder llevarte flores y sentarme en un banquito a decirte algo más. A seguir peleándome, se ríe. También, sonrío yo, pero quiero pensar que nos va a quedar un último lugar donde decirnos lo que falte.

Sé que mi argumento la conmueve (es una madre), pero entonces se ríe otra vez y contraataca: "Es que con lo que te molesta hacer trámites, te vas a olvidar de renovar el permiso del cementerio ¡y yo voy a terminar en un osario común!".

Para asustarla (tengo que convencerla ahora, no estaría bien contradecirla cuando ya no esté), debería recordarle la suerte que corren hoy las urnas funerarias, esas nuevas deidades domésticas que, según cambian las costumbres, se acumulan en placares, cómodas y bibliotecas para culpa de los deudos que no han sabido cómo manejarse con la muerte en cenizas.

"Sacamos a pasear al papi", me dijo hace poco un amigo después de una excursión fallida, con la urna en el asiento trasero del auto, en busca del lugar donde dejar las partículas elementales. Mi propio padre mora hoy en una maceta a la espera de que su última esposa vaya a su encuentro y entonces sí, juntos para siempre en la eternidad de las cenizas, sean arrojados tal vez al mar, tal vez a los médanos, tal vez a la intimidad del jardín, en el hueco redondo del último árbol que plantaron.

Allá va en helicóptero un romántico viudo a esparcir las cenizas de su amada sobre los Alpes, donde se conocieron. Allá va el hijo de un amante de la naturaleza extrema a honrar la memoria del difunto dejando sus restos en el cráter de un volcán. Allá van los nietos memoriosos a dejar la urna que guarda al abuelo en el que fue su refugio durante la guerra. Allá van rumbo al césped millonario los hijos de un hincha agradecido que pidió ser espectador eterno en el club de sus amores.

Aunque mi madre insista con su idea, sabe muy bien que no es algo sencillo. Nos llevó mucho tiempo dejar partir a su hermano menor y a su madre (es decir, mi tío Tito y mi abuela). Cada vez que intentábamos definir los pormenores del plan, nos enredábamos en los detalles de cómo, cuándo y por dónde llegaríamos hasta el río para que ningún pescador ni mucho menos un hombre de la Prefectura nos descubriera in fraganti en nuestra ceremonia clandestina. Arrojar las cenizas al río no es ilegal, nos decíamos, pero la inquietud iba por dentro a medida que nos acercábamos al muelle con nuestros tesoros escondidos.

No somos los únicos. Por cuestiones prosaicas como los costos, cada vez se acompaña menos al difunto hasta su última morada terrenal y, por lo que dicen los expertos en el mundo de Hades, el problemita de qué hacer con los restos se ha generalizado. Hay quienes optan por las elegantes urnas de madera laminada, aptas para interior; o por las de acero inoxidable, que resisten muy bien en el jardín o en el patio. Y están los más desprejuiciados que transforman los restos en diamantes, tras un sofisticado proceso de cristalización.

Se diría que el tema de la muerte se nos está desmadrando. Varios obispos ya pusieron el grito en el cielo, temen fetichismo y resurgimientos paganos en las nuevas ceremonias del adiós.

Mi madre en cambio nos transmitió serenidad. Nos acomodamos ella, mi hermano y yo en los grandes escalones de piedra que se hunden en el agua, les dijimos adiós a nuestros muertos queridos y el río se los llevó en silencio mientras ella rezaba. Era la playa adonde su madre los llevaba a jugar en veranos remotos. Se diría el texto circular de una biografía. O una forma de reescribir viejas palabras a la luz de lo que hoy sabemos sobre el origen de la vida: del agua vienes, al agua regresarás.


http://www.lanacion.com.ar/1784711-un-lugar-donde-llevarte-flores

Los Nadies, Eduardo Galeano


Precioso spot para la ONG África Directo realizado por Sra Rushmore con la voz de Eduardo Galeano

Homenaje a Eduardo Galeano en el día de su muerte

Conocí a este excelente escritor uruguayo cuando llegó a mis manos su best seller Las venas abiertas de América Latina, un ensayo que todos los jóvenes deberían leer para conocer, entre otras cosas, nuestros orígenes.
Sin embargo no es este libro el que considero su mejor obra;  El libro de los abrazos, Las palabras andantes, Patas pa arriba, Memorias del fuego, Los hijos de los días,  entre otros, son verdaderas joyas de la literatura latinoamericana.
Podría decirse que a Galeano lo habitaban muchos autores: el político, el sociólogo, el de izquierda, el amante del fútbol, de la mujer, del amor y sobre todo de las historias de vida.

Eduardo Galeano fisicamente partió de este mundo hoy lunes 13 de abril de 2015, pero paradójicamente está más vivo que nunca.

Lo imagino rodeado de hermosos seres alados que escuchan fascinados narrar sus nuevas historias.


Les dejo un video para que lo recuerden y un link para descargar gratis 10 libros.



10 Libros para descargar de Eduardo Galeano

http://www.telesurtv.net/news/10-Libros-para-descargar-de-Eduardo-Galeano-20150413-0018.html.  www.teleSURtv.net

  


El pastor y sus ovejas

Un pastor apacentaba su rebaño en el campo cuando un forastero se acercó y comenzó a hacerle preguntas sobre las ovejas.



"Dime" le preguntó, cuánto andan tus ovejas en un día aproximadamente?
El pastor contestó: Se refiere usted a las blancas o a las negras?
- Digamos a las blancas.
-Unos cuatro kilómetros.
-Y las negras?
- Unos cuatro kilómetros.
El forastero volvió a preguntar:
-Y como cuánto comen?
- Se refiere usted a las blancas o a las negras?
- Las blancas.
- Como tres kilos de hierba.
- Y las negras?
-Como tres kilos.
El forastero comenzaba a escamarse, pero siguió preguntando:
- Y cuánta lana dan tus ovejas?
Al pastor no se le olvidó precisar una vez más:
- Las blancas o las negras?
- Veamos las blancas primero.
- Cinco medidas de lana al año, señor.
- Y las negras?
- Cinco medidas.
Con eso se acabó la paciencia del forastero, que exclamó con justificada indignación y sorpresa:
- Es que me estás tomando el pelo o qué? Yo te hago preguntas bien claras sobre tus ovejas, y tú cada vez me haces que a ver si es de las blancas o de las negras, y cuando te lo pregunto por separado, me das siempre exactamente la misma respuesta para las unas que para las otras. Dime de una vez: hay alguna diferencia entre las blancas y las negras o no?
- Claro que sí señor, contestó el pastor con la serena sonrisa de la sabiduría campesina en los labios, "las ovejas blancas son mías".
- Y las negras? preguntó el forastero para satisfacer una última curiosidad. El pastor sin perder la sonrisa contestó:
- Las negras también son mías, señor.