Padre capta el primer año de su hijo prematuro

Ward Miles Miller hoy es un niño feliz y regordete de 16 meses de edad, le gusta perseguir al perro de la familia y beber malteadas verdes. Pero cuando nació, 15 semanas antes de tiempo, pesaba 700 gr, y requería de una gran cantidad de máquinas para mantenerlo con vida durante su estancia de 107 días en la unidad neonatal de cuidados intensivos del hospital.
Los padres, Benjamin y Lyndsey, no sabían si sobreviviría.
Ahora, un video del primer año de Ward, creado por su padre fotógrafo como un regalo de cumpleaños para su madre, es un testimonio del espíritu de lucha del muchacho y engancha al espectador en todo el mundo.



Enviado por Mariné, gracias.

La meditación una práctica perfecta para el cerebro


Según un estudio, la práctica de la meditación modifica la estructura física de nuestro cerebro, permitiendo un mejor funcionamiento y ayudando a prevenir el deterioro propio de la edad, por lo que sería también una gran herramienta a la hora de combatir enfermedades como el Alzheimer.
La reflexión profunda propia de la meditación ayudaría también a evitar pensamientos negativos, luchar contra la ansiedad, e incluso trastornos psiquiátricos como la esquizofrenia y el autismo.

Los responsables del estudio han demostrado que la práctica de un estado de concentración sobre un objeto externo, pensamiento, la propia consciencia, o el propio estado de concentración, tiene efectos muy positivos y claros sobre el cerebro. De hecho, se observó que las personas que practicaban con regularidad la meditación podían “desconectar” las zonas del cerebro relacionadas con soñar despiertos y las divagaciones.

El estudio ha sido dirigido por Judson A. Brewer, profesor de psiquiatría, y ha sido publicado por la prestigiosa revista Proceedings de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos. Brewer señala que conocer el funcionamiento de la meditación puede ayudar a comprender e investigar un gran número de enfermedades. De hecho, añade que la meditación ayuda con una gran variedad de problemas de salud y enfermedades, como puede ser el cáncer, la prevención de la psoriasis o ayudar a dejar de fumar, por citar algunos.

El estudio se realizó utilizando imágenes cerebrales a novatos y expertos en la meditación, mientras practicaban tres técnicas distintas de reflexión. Se descubrió que los sujetos más acostumbrados a meditar experimentaban un descenso de la actividad en áreas del cerebro que están implicadas en los despistes y trastornos como son la ansiedad, trastorno de hiperactividad, déficit de atención, e incluso de la acumulación de las placas beta-amiloide propias de la enfermedad de Alzheimer. Esta disminución de la actividad se observaba con independencia del tipo de meditación que practicaban.




También se demostró que cuando no había meditación, las regiones del cerebro encargadas del control cognitivo se activaban sólo en los acostumbrados a practicar la meditación o la atención concentrada, en el resto de sujetos no. Esto podría indicar que estas personas acostumbradas a meditar están en constante vigilancia, primando el conocimiento presente frente a la aparición del “yo” en los pensamientos, que es propio de problemas como el autismo, la hipocondría o la esquizofrenia. Este descubrimiento puede ayudar también a los científicos e investigadores a conocer más sobre el funcionamiento de las enfermedades que afectan al cerebro. El estudio concluye también que la meditación puede introducir cambios en la estructura del cerebro y prevenir su deterioro si se practica de forma regular, por lo que la meditación sería uno de los ejercicios mentales más poderosos de los que disponemos para mantener el cerebro en un buen estado y libre de enfermedades que le afecten.


NECESITO POCO. Escritora española Ángeles Caso



Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.

Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito ni el poder ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan. Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.

Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.

También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí.
Sólo quiero eso. Casi nada o todo.

Enviado por Alicia, gracias.

Sobre guardar silencio y hablar

Sobre Guardar Silencio y Hablar
Por: Kent Nerburn

Nosotros los indios sabemos del silencio. No le tenemos miedo. De hecho, para nosotros es más poderoso que las palabras.
Nuestros ancianos fueron educados en las maneras del silencio, y ellos nos transmitieron ese conocimiento a nosotros. Observa, escucha, y luego actúa, nos decían. Ésa es la manera de vivir despiertos. Observa a los animales para ver cómo cuidan a sus crías. Observa a los ancianos para ver cómo se comportan. Observa al hombre blanco para ver qué quiere. Siempre observa primero, con corazón y la mente quietos y entonces, aprenderás. Cuando hayas observado lo suficiente, entonces podrás actuar sin temor. Con ustedes es lo contrario. Ustedes aprenden hablando. Premian a los niños que hablan más en la escuela. En sus fiestas todos tratan de hablar. En el trabajo siempre están teniendo reuniones en las que todos interrumpen a todos, y todos hablan cinco, diez o cien veces. Y le llaman "resolver un problema". Cuando están en una habitación y hay silencio, se ponen nerviosos. Tienen que llenar el espacio con sonidos. Así que hablan impulsivamente, incluso antes de saber lo que van a decir.
A la gente blanca le gusta discutir. Ni siquiera permiten que el otro termine una frase. Siempre interrumpen. Para los indios esto es muy irrespetuoso e incluso muy estúpido. Si tú comienzas a hablar, yo no voy a interrumpirte. Te escucharé. Quizás deje de escucharte si no me gusta lo que estás diciendo. Pero no voy a interrumpirte. Cuando termines, tomaré mi decisión sobre lo que dijiste, pero no te diré si no estoy de acuerdo, a menos que sea importante. De lo contrario, simplemente me quedaré callado y me alejaré. Me has dicho lo que necesito saber. No hay nada más que decir. Pero eso no es suficiente para la mayoría de la gente blanca.
La gente debería pensar en sus palabras como si fuesen semillas. Deberían plantarlas, y luego permitirles crecer en silencio. Nuestros ancianos nos enseñaron que la tierra siempre nos está hablando, pero que debemos guardar silencio para escucharla. Existen muchas voces además de las nuestras. Muchas voces.